lunes, 26 de mayo de 2014

Estimad@ Lector: Después de un tiempo de lejanía volvemos al camino del arte y la letra. La idea inicial de este retorno es poder llevarles un nuevo escrito cada semana, ya sea para reflexionar un poco, o para leer poesía. Esperemos lograr este cometido y no volver bajo la alfombra por otro año.
Para el regreso quiero compartirles un poquito de lo que pasó por mi cabeza y mi corazón en este cambio de etapa que es pasar del fiestero y último sexto año del secundario al diferente y primer año de facultad, al cambio de ese cole protector y familiar donde empecé el jardín de infantes y terminé la secundario, con uniforme común y profes cariñosas, al edificio tan grande que representa la universidad, con algunos profes buenos, y otros no tanto, donde ya no somos todos tan parecidos, si no que hay de todo un poco.

Cuaderno de Navegación:

Es otro año y este año es nuevo. El entorno es nuevo. Esta piel es otra, otra pero a la vez la misma: mutable e inmutable como la vida misma, como mi forma de pensar, como el camino que transito cada día para volver a casa. Cambia y no cambia. Es el mismo pero de formas distintas. Un camino tan mio y transitado, desde un primer día con mochila de tela, con nombre bordado y mamá atando mis cordones. Más tarde, el mismo camino, pero con otra persona. Una persona más grande, con otro uniforme y carrito a cuestas, con libros, carpetas y cartuchera, dejando detrás los cuentitos y galletas del jardín. Un sonido distinto, los pasos acompañados por el sonido de las ruedas sobre el camino, entre los surcos de las distintas baldosas.
Baldosas tuyas y mías, camino.
Camino que veía con ojos de niña y trenzas en el pelo, años más tarde con otra altura, con la piel distinta y un poco castigada por la edad, esa en la que "adolecemos", dicen los más grandes. Aunque esa adolescencia a varios les dura mucho más de lo que debería. Esa etapa del cambio y no cambio, del soy esto y no aquello, del "yo se lo que hago" sin saber demasiado, en realidad.
Y hoy, también, con paso más firme, sigo en ese mismo camino. La piel cambió de nuevo, dejo sus colores blanco y negro, propios del uniforme, cambió el brillo en los ojos y la forma de mirar.
Camino tan propio y tan ajeno, como esa puerta con la que me encuentro a diario aunque cambie y cambiemos sigue siendo mía y sigo siendo suya, porque soy parte de sus ladrillos y él es, edificio tan grande, una más de mis costillas, porque también soy su historia y él parte de la mía, coexistimos y nos constituimos.
Colgué mi piel blanca y negra ese último día, fue la última vez que estuvo conmigo, que nos compartimos. Me la quité sin prisa, pero sin pausa. Era el momento, lo sabía y lo estaba esperando.
Al día siguiente pasó por un lago de mimos y olvidos, que le quitaron las manchas de mi camino, mis rasgos y experiencias, y esa piel pasó a un nuevo armario, como yo a un nuevo edificio. Un armario nuevo, con ropa distinta y de otro tamaño, ahí quedó esa antigua piel que tuve, que tanto me dio. Ya no es tan mía, pero a la vez lo es y lo será por siempre, porque como he entendido al final este camino, soy parte de su historia  ella de la mía.

                                                                                                     Beta

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